Los procesos de enseñanza que tienen lugar en las aulas en estos momentos constituyen un verdadero simulacro, es decir, una representación donde el aprendizaje parece que sucede, pero no sucede en realidad, donde nadie enseña y nadie aprende.
Lo que ocurre en el aula tiene muy pocas veces funciones reales en la sociedad, ya que todas las cosas que se les enseñan a los alumnos forman parte de una información que solo tiene sentido en el proceso de tomar apuntes, memorizarlos y vomitarlos en el examen de la manera más precisa posible. Además, este proceso no deja tiempo a los alumnos para que lleven a cabo las cosas que realmente les interesan y toda esta información no la recuerdan porque no tiene una función concreta en el mundo real ni les va a servir de mucho cuando salgan al mundo exterior.
Los docentes tienen la obligación de cambiar esto, transformando el simulacro en experiencia y de esta manera conseguir el aprendizaje significativo. Hay que tener en cuenta que en una experiencia es fundamental hacer, ya que si no ponemos en práctica lo que enseñamos, es cuando la educación llega al simulacro. Esto ocurre muy a menudo, debido a que los profesores pretenden enseñar lo que han memorizado para que a su vez lo memoricen los estudiantes.
Para que el aprendizaje se convierta en experiencia es necesario trabajar en equipo, llevando a la práctica un proyecto común en grupo, siendo capaces de pasar del dicho al hecho, del diseño a la acción, del simulacro a la experiencia significativa.

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